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El PRI escondido entre los priistas

Escrito por Osvaldo Granados on . Posted in Andanzas

 Por @osvaldovallarta

Los candidatos del PRI ocultan, se esfuerzan por esconder a su partido, por lo menos en actos públicos y en toda su imagen e identidad que los acompaña en campaña. Desde los colores (sobre todo el color rojo), hasta las siglas, pasando por gobernadores y el presidente de la República, todo lo que huela a PRI, hoy en día no es rentable o hacer referencia ni para sus propios candidatos


Por Osvaldo Granados

Pasa a nivel Puerto Vallarta, pasa a nivel Jalisco y pasa nivel nacional. Los candidatos del PRI ocultan, se esfuerzan por esconder a su partido, por lo menos en actos públicos y en toda su imagen e identidad que los acompaña en campaña. Desde los colores (sobre todo el color rojo), hasta las siglas, pasando por gobernadores y el presidente de la República, todo lo que huela a PRI, hoy en día no es rentable o hacer referencia ni para sus propios candidatos.

En las presentes campañas el logotipo del PRI desaparece o se minimiza al máximo en las campañas de José Antonio Meade, Miguel Castro Reynoso y en la precampaña (y seguramente en la campaña) de Roberto González Gutiérrez, candidatos a presidente de la República, a la gubernatura de Jalisco y la alcaldía de Puerto Vallarta, respectivamente.

En el arranque de la campaña de César Abarca Gutiérrez como aspirante a la diputación federal, la ausencia de colores y el logo del PRI fueron evidentes, lo mismo ocurrió en la presentación y registro de Roberto González en la sede de su partido, incluso la visita de Miguel Castro Reynoso a Puerto Vallarta como precandidato, fue lo mismo.

Atrás quedó el orgullo y la conveniencia de portar el logo tricolor o el color rojo como elementos identitarios. Camisas, gorras, chamarras, bolsas y cualquier elemento promocional seguramente quedarán guardados como parte de la historia, como parte de lo que fue funcional en su momento, pero ahora no provoca más que animadversión, incluso pena de sus propios candidatos.

Aunque para muchos pudieran parecer aspectos pueriles o superfluos, la verdad es que no lo son, más ahora que vivimos inmersos en una cultura visual y audiovisual preponderantemente.  

La marca PRI nunca como antes había sido tan relegada, ignorada y vapuleada. Incluso muchos ciudadanos ven buenos candidatos en el PRI, quizá los más preparados e idóneos, pero pertenecer o ser impulsados o identificados con el partido tricolor en automático les genera animadversión y rechazo a votar por esos candidatos; en el mejor de los casos, se dice que votarán por el personaje o el candidato, no por el PRI, aunque en el proceso una cosa lleve a la otra y viceversa.

No portar los colores del PRI reflejan la inconveniencia y la pena que da pertenecer a un partido identificado con los peores lastres de la política y el ejercicio de gobierno. El propio Cesar Abarca lo sabe, lo reconoce y no lo esconde. Así lo menciona: “Ha habido prisitas que se han excedido, que han cometido errores imperdonables, como aquellos gobernadores que prácticamente destruyeron sus estados con base en su ambición personal; eso tiene desgastado al partido, pero yo siempre lo he dicho: en los partidos como en las familias hay de todo; hay quienes cometen errores, excesos, pero también habemos gente que nos gusta trabajar y dar resultados como los que yo di en Seapal”.

Así que nadie se confunda, o quizá los priistas justo eso quieran, distraer la atención de que pertenecen a un partido que ha generado corrupción, desfalcos, enriquecimientos ilícitos, impunidad y demás.

Resulta paradójico que los colores del PRI -por décadas los convenientes colores de la bandera nacional-  que por derecho histórico se apropió y nadie se los pudo quitar, hoy en día ya no hace falta que se los quiten, ellos, los priistas y sus candidatos ya lo hicieron.

Pero no solo los colores, el logotipo priista ya no aparece ni con el candidato Mead a la presidencia de la República, ni con el candidato Castro a la gubernatura de Jalisco, o muy chiquito en el caso de Roberto González candidato a la alcaldía y César Abarca a la diputación federal. La estrategia es desaparecer al PRI.

En el caso de José Antonio Mead quitó el logo del PRI y dio paso a tres flechas que apuntan a la derecha, en colores verde, turquesa y rojo. En el caso del Miguel Castro, también quitó el logo y los colores, ahora usa el púrpura, un verde más sólido casi militar. Cesar Abarca optó también por quitar el logo y usar los colores verde manzana (no el clásico verde priista) y el blanco, lo que refleja una imagen limpia y minimalista. En el caso de Roberto González, también desapareció el logo del PRI y optó por darle realce al blanco, así como el uso de colores rosas, verdes y un rojo casi púrpura en las letras de su nombre.

Ahora bien, que los candidatos muevan el logo y los colores del PRI es en sí mismo relevante, pero más relevante aun será que puedan mover a los ciudadanos desde ahora y sobre todo el día de las elecciones.

ORIGEN NO ES DESTINO

Pero no todo está perdido para los candidatos priistas y sus militantes, ya que como dice la frase “origen no es destino”, y por mucho pertenecer o provenir de las entrañas del PRI, que por ahora no está en su mejor momento, no significa que sus militantes y candidatos vayan directo al despeñadero.

Paradójicamente, el PRI Vallarta hoy tiene entre sus candidatos a tres personajes limpios, honestos, trabajadores, cuyo único pecado es pertenecer al partido tricolor. Roberto González a la alcaldía, Cesar Abarca a la diputación federal y Violeta Becerra a la diputación local, son los mejores perfiles, no sé si para una campaña, pero sí para trabajar en la función pública. No son grandes oradores, tampoco son grandilocuentes en sus conceptos o encantadores de masas como antaño Gustavo González Villaseñor (PRI), o recientemente Ramón Guerrero (MC); no, no lo son, pero tienen todo para lograrlo. Tienen tiempo de convencer a la ciudadanía, de sacudirse las viejas y dañinas prácticas que identifican a su partido.  ¿Pero cómo lograr esto? ¿Se puede? ¿Les da tiempo? Las respuestas en la próxima columna llamada Andanzas y que con esta entrega retomo.